Colegio de Nuestra Señora Santa María

Aunque el objetivo de una educación en contacto con la naturaleza exigía desarrollar el edificio en una sola planta en contacto directo con el exterior, la complejidad y extensión de un programa docente previsto para 500 alumnas de párvulos, enseñanza elemental y bachillerato, unidos a la exigüidad de una parcela en triángulo rectángulo con el vértice más agudo dirigido al Este, obligaron a distribuir el proyecto en tres plantas; destinando el semisótano que aprovecha el desnivel del terreno para abrir luces al Norte , a espacios y servicios comunes para todas las alumnas, y las dos superiores a aulas y espacios docentes.

Así, aquél acoge la capilla, el comedor de niñas mayores comunicado visualmente con el de las pequeñas, en la planta superior , la cocina con oficio y almacenes, la piscina cubierta con su vestuario, y el salón de actos, además de las imprescindibles dependencias al servicio de las anteriores; la planta baja, que adopta la forma de una "U" de lados desiguales abierta al mediodía, se puede dividir a su vez en tres tramos: el brazo más corto, en el extremo occidental de la parcela, reúne el vestíbulo de entrada con las dependencias de administración y el jardín de infancia, el cuerpo central está ocupado por el comedor de alumnas, gimnasio y sala de baile que sirve de patio de recreo los días de lluvia, además de un tránsito cubierto que desemboca en un pasillo anular en torno a un patio ajardinado, rodeado por dos filas de aulas, que forman el arranque de un tercer cuerpo en "L" con las clases dispuestas en ángulo, y rodeadas por grandes pasillos, con aseos, escaleras y otras dependencias; por último, la planta superior reúne las viviendas del personal docente sobre el cuerpo de entrada, las bibliotecas de alumnos y profesores sobre el intermedio, y una nueva fila de aulas, en correspondencia con las del piso bajo, sobre el tercero.

Esta disposición se traduce externamente en una serie de cuerpos aterrazados escalonados hacia el patio a mediodía, con numerosos retranqueos que permiten adaptar la anchura de crujía a las variables del programa.

Se obtienen así unos volumenes muy movidos, que hacen homogéneos el empleo del ladrillo como casi único material constructivo y las cubiertas continuas a un agua que vierten hacia el exterior; enlazando esta primera obra madrileña de Fernández-Alba con un racionalismo orgánico de influencia aaltiana que le permite actualizar la tradición edilicia de la capital sin traicionar los postulados del Movimiento Moderno.

Al interior, puede apreciarse la misma calidad en los detalles constructivos, desde las columnas revestidas de ladrillo a los muebles diseñados expresamente para este edificio; aunque por desgracia, el envejecimiento prematuro de algunos materiales y un mantenimiento inadecuado han degradado bastante la imagen del conjunto en los últimos años.