Terminal T-4

La actual última ampliación del aeropuerto de Madrid-Barajas es el resultado de un concurso convocado por el Ministerio de Fomento (entonces todavía Obras Públicas) a mediados de la década de los noventa y que fue fallado en otoño de 1997, otorgando el primer premio a la "ute" formada por los equipos de Richard Rogers y Antonio Lamela y las ingenierías INITEC y TPS.

Tras la desigual experiencia de las adjudicaciones directas de los aeropuertos de Bilbao, Sevilla, Barcelona y Málaga a los arquitectos españoles más internacionales del momento (Calatrava, Moneo y Bofill), la administración recurrió a la fórmula de los concursos, que tan buenos resultados ha ofrecido históricamente en todos los ámbitos.

La propuesta del equipo Rogers-Lamela optó por desarrollar un modelo de Terminal sencillo y fácilmente comprensible, opuesto al modelo de algunas de las últimas terminales inauguradas en Europa que habían recibido muchas críticas precisamente por su complejidad y los largos recorridos para los usuarios, consecuencia de la necesidad de poner en relación dos escalas tan diferentes.

En efecto, el proyecto resulta del desarrollo de un esquema modular lineal que crea una secuencia repetida de ondas formadas por las amplias alas de acero prefabricado que caracteriza el perfil de los edificios.

Por otra parte el recurso a una luz natural cenital para bañar la mayor cantidad posible de los espacios interiores, matizada por el empleo de la madera de bambú en las superficies internas del techo ondulante, junto con un vasto arco iris de colores aplicado a los elementos estructurales del edificio que quedan vistos, termina de configurar la ambientación general de toda la intervención.

Junto con el tratamiento de la luz otra dominante de la intervención ha sido la transparencia en las fachadas y la máxima diafanidad posible en el interior, lo que favorece una rápida orientación del usuario así como la recuperación de las vistas sobre los aviones posados y en movimiento lo que, indudablemente y en claro contraste con los criterios adoptados en el resto del aeropuerto, debe entenderse como un logro.

Para conseguir este último extremo se recurrió a un sistema en el que la cubierta colabora en la absorción de los empujes del viento mediante un ingenioso dispositivo que articula la estructura y a las juntas de los planos de vidrio de hasta ocho centímetros de holgura.

La voluntad de los sucesivos Gobiernos implicados en la construcción de esta ampliación de convertir el aeropuerto de Barajas en un referente mundial, junto a su conexión con la recientemente frustrada aunque todavía posible opción olímpica de Madrid, han permitido millonarias inversiones que resultan perfectamente visibles.

Sin embargo, a los pocos meses de su inauguración existen dudas sobre la durabilidad de determinadas soluciones, dudas que se despejarán con el paso del tiempo y la entrada en pleno rendimiento de una Terminal prevista para 35 millones de usuarios anuales.