Factoría Enasa-Pegaso
Fichas tomo 3
1ª fase: S.d.c.: 1955 (Fo)
Para entender lo que supuso la fundación de las instalaciones de Enasa-Pegaso en la carretera de Madrid a Barcelona a principios de la década de los cincuenta habría que trasladarse a la época de la autarquía en plena posguerra española.
En efecto, el aislamiento internacional había obligado a los españoles a valerse por sí mismos; lo cual, aunque plagado de las más duras incomodidades, tuvo a largo plazo su parte de beneficio para el porvenir del país puesto que sirvió para templar el ánimo y la capacidad de los españoles, agudizó su ingenio y su sentido del trabajo e iniciativa.
Se quedaron sin gasolina y aparecieron los automóviles de gasógeno.
Se intentó destilar los lignitos y las pizarras bituminosas, se experimentaron en la península plantaciones de tabaco y de soja, se obtuvieron colorantes de las algas marinas.
Aparecieron sucedáneos de todo tipo.
Y la necesidad obligó a industriales y operarios a especializarse en técnicas o manufacturas que nunca antes habían practicado.
Poco a poco, la industrialización del país fue un hecho.
Se quintuplicó en pocos años la producción eléctrica, apareció en su día la locomotora Santa Fe, entonces una de las más potentes del mundo; más tarde el tren Talgo o el camión Pegaso.
La falta de capitales y de capacidad empresarial fue suplida en gran parte por el Instituto Nacional de Industria -el célebre INI- que, aún con todos los defectos e inconvenientes propios de una empresa oficial de este tipo, puso en marcha un proceso que de otra manera no hubiera podido vencer la inercia.
En efecto, y tras un despegue basado en los coches deportivos fabricados en la factoría catalana de La Sagrera cuyo fin último era de carácter propagandístico, la fundación de la factoría de Barajas perseguía la producción de vehículos industriales, verdadero objetivo de Enasa.
Cuando se planeó la factoría, ya existían otras industrias en funcionamiento en aquellos terrenos propiedad del INI, que fueron absorbidas como industrias auxiliares y cuyas naves, dotadas de limpias estructuras de y cerramientos de ladrillo sirvieron de modelo para el desarrollo de todo el complejo industrial.
Los elementos arquitectónicos más retóricos, como los pequeños torreones que flanquean el acceso al complejo o los pórticos, siempre más estilizados que en otros conjuntos más expuestos al público y del gusto de la época, se redujeron al mínimo.
Ello fue debido en parte a que las naves de la factoría fueron confiadas a las manos de los ingenieros, ausentes del debate de la arquitectura imperial e historicista de la época que, no obstante, para la fecha de proyecto de estas industrias ya se encontraba en franca decadencia en favor de la recuperación del lenguaje de la modernidad.