Iglesia parroquial de Nuestra Señora de Moratalaz

La iglesia parroquial de Nuestra Señora de Moratalaz es un excelente ejemplo de los nuevos cánones inaugurados por el Concilio Vaticano II para la arquitectura de carácter sacro.

En efecto, tanto por la organización del espacio del templo como por la disposición de los espacios complementarios o la presencia del conjunto en la ciudad este proyecto puede ser considerado modélico en aquel sentido.

En primer lugar se puede observar la transformación del espacio longitudinal-procesional hacia un espacio mucho más asambleario y participativo, procurando un cierto envolvimiento del presbiterio que se despliega ahora en altar, ambón y sede, como expresión de la nueva valoración de la liturgia católica.

El cuidado de la iluminación del mismo presbiterio responde a la voluntad de señalar este punto como centro de convergencia de todo el espacio, lo que queda subrayado mediante las esculturas y la decoración que fueron encargadas a José Luis Sánchez.

Finalmente, en lo que se refiere a la nave, el cuidado de los materiales dispuestos, particularmente la calidez de la madera en el falso techo, terminan de configurar un espacio particularmente acertado y en el que los arquitectos quisieron hacer un ejercicio de particular intensidad.

Igualmente, la relativa poca altura del espacio habla de una consideración menos triunfante del espacio, favoreciendo la familiaridad de la asamblea así como un cierto recogimiento mucho más en sintonía con las nuevas líneas trazadas por el mismo Concilio y contribuyendo igualmente a un cierto abaratamiento de la ejecución.

En el debe del conjunto habría no obstante que apuntar una cierta arbitrariedad en el uso del hormigón y el ladrillo en los paramentos verticales.

Por otra parte el conjunto parroquial se encuentra situado en una explanada relativamente amplia lo que permite un planteamiento extensivo de la edificación, contribuyendo a acentuar la dimensión horizontal explicada más arriba.

Pero es que además, la relativa baja altura del conjunto, hace aparecer una quinta fachada, en la que un suave juego de cubiertas de carácter metálico señala la centralidad del templo frente al resto de dependencias parroquiales.

El despliegue de todas estas estrategias subraya el carácter singular de la edificación, mediante una inteligente renuncia a competir en altura con los bloques de vivienda que la circundan.