Viviendas para realojo en la M-30. El Ruedo

Se ha comentado con acierto que seguramente pocas arquitecturas han suscitado tanta polémica desde la famosa Torre de Valencia de Javier Carvajal, como este enorme y temible bloque de viviendas para realojo en la orilla de la M-30.

Es posible que la comparación pueda llegar más lejos en la medida en que los ataques hacia ambos edificios son una espléndida muestra de la mejor demagogia esgrimida, tanto desde dentro como desde fuera de la profesión.

En efecto, la dureza de esta "idea construida" tiene que ver con la vecindad a la vía rápida de circunvalación de Madrid que ocupa lo que antaño fueron los arrabales del arroyo del Abroñigal.

Es posible que ante esta realidad, la siempre bienintencionada mirada burguesa procurase una respuesta con los mismos huecos, las mismas terrazas y balcones que frente a un parque o una calle poco transitada.

Ejemplos hay de ello.

Pero esa literalidad de dar la espalda a ese entorno hostil y volcarse hacia un patio interior con escala de parque ciudadano, por más que el descuido y la falta de sensibilidad compartida entre los vecinos y las instituciones, hayan condenado al fracaso el sueño del maestro navarro, sigue siendo un sueño y una provocación a partes iguales, que resulta muy atractiva para parte importante del medio profesional.

La historia de esta supermanzana, emparentada en lo formal con la pequeña y coetánea Villa Fabriciano del mismo Sáenz de Oíza, y en lo tipológico con los kilométricos Hofe vieneses y con otros ejemplos centroeuropeos de gran escala, es bien conocida.

En febrero de 1986 la Consejería de Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda resolvió convocar un concurso restringido entre seis grandes oficinas de ámbito nacional (Aroca, Gallego-Jorreto, Martorell-Bohigas-Mackay, Peña Ganchegui, Sota y Sáenz de Oíza) para el estudio de este macrosolar cuya edificación -un enorme cuerpo continuo de 600 metros de longitud y 8 alturas- venía determinada por el propio Plan General de Madrid.

Liberados los participantes en el concurso de la obligatoriedad de asumir los dictados del Plan, Sáenz de Oíza fue el único equipo que optó por respetar en líneas generales la idea de la edificación propuesta, planteando un bloque continuo de traza helicoidal apoyada en el contorno del solar, plegándose hacia el interior en el extremo sureste.

Sin embargo, el arquitecto navarro proyectaba dos pequeñas modificaciones sobre el volumen previsto: en lo que se refiere a las alturas, proponía un cierto escalonamiento hacia la vía rápida con el fin de aligerar visualmente la intervención.

Esta merma de la edificabilidad fue trasferida a una de las parcelas vecinas.

Por otra parte se planteaba una ligera corrección en la planta general con el doble fin de mejorar el trazado de la vía adyacente y unificar los radios de curvatura de toda la actuación limitando así los tipos de vivienda a dos: en tramo recto y en tramo curvo.

Con estas premisas, Sáenz de Oíza levantó al filo de la década de los 90 una de esas actuaciones que, como en su día la Torre de Valencia, estaban convocadas a alimentar el debate social, arquitectónico y cultural de su época: una misión reservada a los maestros.