Valdebernardo

Valdebernardo es el nombre de los terrenos que a mediados de las década de los ochenta separaban las últimas actuaciones en el distrito de Moratalaz del antiguo núcleo independiente de Vicálvaro, por aquellas fechas ya integrado en el municipio de Madrid.

Carentes de la explotación agraria que había caracterizado este paisaje desde tiempos inmemoriales, Valdebernardo se programó en las actuaciones previstas por el Plan General de Madrid de 1985, aprobándose en 1990 el PAU y la constitución del Consorcio Urbanístico correspondientes.

El Plan Parcial -proyectado por la oficina de José María Ezquiaga- afectaba a una superficie de 300 hectáreas y preveía unas 6000 nuevas viviendas, de las cuales el 90% serían de protección oficial.

En 1993 la PSV, la mayor cooperativa de viviendas en España, con más de 22.000 socios y que gestionaba la mitad de las viviendas de este nuevo barrio, declara la suspensión de pagos, con el agravante de que la misma PSV participa al 25% en el Consorcio Urbanístico que gestiona la ejecución del PAU y del Plan Parcial.

Ante el gravísimo problema social creado, en diciembre de 1994 el Consejo de Ministros y el Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid autorizan la constitución de una sociedad mixta para impulsar la construcción de viviendas del proyecto PSV y, especialmente, de Valdebernardo.

Esta fórmula permitió superar la crisis y arrancar las obras en un tiempo récord de apenas 4 meses a partir de la constitución de la sociedad -SEGISA- quedando rematadas todas ellas en poco más de dos años, lo que constituyó uno de los puntos clave en el éxito del proyecto.

No obstante, y con ser importantes los abatares de Valdebernardo por lo que significaron para la historia de la ciudad, este nuevo barrio al este de la capital es por encima de todo una de las propuestas más emblemáticas del urbanismo madrileño de los ochenta, así como un catálogo de la arquitectura doméstica -alternando las soluciones de manzana cerrada con la de bloques lineales- producida por algunas de las mejores oficinas de arquitectura de la época.

No obstante, en este punto sí podría apuntarse que la anécdota del malogrado proyecto monumental de Esfera Armilar no es si no una metáfora del fracaso de la gestión de la PSV en Valdebernardo.

Desde el punto de vista urbanístico Valdebernardo presenta toda la rigidez del urbanismo de los ochenta que, no obstante, sigue presente en las más recientes actuaciones cuyas obras jalonan hoy en día el perímetro de la ciudad.

Pero a cambio puede esgrimirse la participación de ocho equipos, encabezados, bien por algunos de los indiscutibles maestros de la arquitectura madrileña del momento, bien por algunas figuras emergentes que ya hacía tiempo habían superado la condición de jóvenes promesas: en el primer grupo habría que apuntar los nombres de Francisco Javier Sáenz de Oíza, Julio Cano Lasso o José Antonio Corrales, y en el segundo los de Antonio Vélez, Francisco Fernández Longoria, Jerónimo Junquera y Estanislao Pérez Pita, Gabriel Ruiz Cabrero y Antonio Riviere, y Enrique Álvarez Sala, César Ruiz Larrea y Carlos Rubio Carvajal.

A estos nombres habría que sumar tanto los correspondientes a otras promociones distintas a las de PSV-SEGISA, entre los que se encuentran los de Javier Frechilla y José Manuel López Peláez, Carmen Bravo y Jaime Martínez Ramos, como los correspondientes a los equipamientos, donde podría citarse a Juan Ignacio Mera, Bernardo García Tapia o Fernando Pardo Calvo, lo que puede dar una idea del nivel medio que, al menos en lo que se refiere a la arquitectura, respira Valdebernardo.