Poblado de Absorción de Fuencarral B

Los poblados de absorción de infravivienda, encargados en el marco de la Ley de Viviendas de Renta Limitada y del Primer Plan Nacional de la Vivienda, son exponentes de la mejor arquitectura de la posguerra civil y terreno de pruebas e inicios de quienes serían pronto los maestros indiscutibles de las generaciones de arquitectos aún en activo.

El poblado de Fuencarral "B" reúne caracteres que aúnan condiciones de la arquitectura rural y de la arquitectura racional.

Próximo al "A" de Sáenz de Oíza, ambos destacan de entre las ocho UVAs terminadas de construir en el verano de 1956, como muestra de posturas opuestas en el debate entre abstracción, normalización y optimización, frente a evocación de reminiscencias rurales y respuesta a un lugar determinado.

Publicados y analizados extensamente en la literatura especializada, ambos fueron concebidos como edificaciones provisionales que, tras más de 50 años en uso, se han convertido ya en soluciones canónicas.

En Fuencarral "B" la ordenación de vivienda unifamiliar en hileras perpendiculares aceptando la topografía natural, da lugar a unos espacios públicos de un valor incuestionable en un conjunto rematado y abrigado por los bloques de vivienda colectiva.

La vivienda integra en dimensiones mínimas las condiciones de la vida urbana y de la rural.

Mediante un pequeño patio a modo de huerto, y un espacio de estar y distribución, organiza dormitorios en ambas plantas.

La capacidad de abstracción y de austeridad tan propias de Sota, la depuración de retóricas y la sabiduría en la creación de arquitecturas propias desprovistas de tintes circunstanciales, que alcanzarán momentos tan excepcionales en su trayectoria, quedan ya anunciados en esta obra de juventud, territorio de experimentación y de aciertos.

Entre el pueblo blanco reinterpretado y la ciudad jardín del moderno, por encima de todo, ésta es una arquitectura cargada de valores éticos.

El poblado de absorción de Sota supone, quizá, uno de los más logrados ejemplos de coexistencia entre los invariantes de la arquitectura rural, ya ensayada por Alejandro de la Sota en los poblados de colonización, y los de la arquitectura moderna de segunda generación.

Se consigue aquí un trazado urbano de calles en desnivel con plazas aterrazadas y la individualización de cada vivienda a partir del tratamiento de los volúmenes de las cubiertas y de los umbrales de entrada.

Hileras de viviendas unifamiliares con huerto, de una o dos plantas, flanqueadas por bloques y pequeñas torres de cuatro y cinco plantas, estratégicamente situadas.

Convertido, junto con otras actuaciones, en exponente de la vivienda social del Madrid de los cincuenta, y por extensión, en muestra de lo mejor de la arquitectura española de final de la posguerra, llega ahora el penoso momento de su desaparición.

Inexplicables razones de agotamiento de plazos de alquiler fijados en la adjudicación, ponen de manifiesto incapacidades de nuestros mecanismos administrativos para conservar un patrimonio arquitectónico irrepetible.

Queda al menos esperar que su memoria inspire para este lugar otras arquitecturas de calidad.