Colonia Caño Roto

Casi medio siglo después, Caño Roto sigue siendo el referente de la vivienda social madrileña al amparo de una anticipada ruptura, dislocación, incluso coexistencia, entre tradición y modernidad (o vanguardia), pero como válvula de escape en estado de excepción gracias al escenario, los gestores y sobre todo la inspiración del joven equipo autor, que se mueve en el ámbito de proximidad y presencia activos de los Oíza, Romany, etc… Promovida como Unidad Vecinal y casi coetánea de las de Fuencarral y Batán, concluidas en 1963, se llevaría a cabo con las prestaciones laborales de los futuros usuarios y los arquitectos experimentarían algún tiempo en ella su propia vivencia doméstica.

El fruto ingente e irrepetido hace difícil una síntesis apologética.

Tres fueron las fases en las que, al igual que harían los más comprometidos arquitectos que dictaron su magisterio desde los años 50, experimentarían el tránsito desde las más puristas y abstractas posiciones posracionalistas hasta las derivaciones orgánicas, según estrategias de aproximación a las corrientes de la modernidad europea de posguerra.

La primera parte se rige por una rigurosa adaptación territorial, adecuación al soleamiento y las mejores orientaciones, compacidad del tejido unifamiliar y expansión liberadora de las tipologías de la vivienda colectiva en bloques, además de por la compatibilización del concepto jardinería - poblado social, en una formalización radical "recuperando la experiencia plástica de las vanguardias constructivistas", según Amann / Flores, y ello desde una extrema abstracción cubista y el tratamiento brutalista-neoplástico en un entramado racional modulado entre la malla estructural vista, las tenues texturas de ladrillo sílico-calcáreo, los muros de carga en unifamiliares (para A.

Lopera, "La arquitectura de los poblados dirigidos es, fundamentalmente, una arquitectura de muros de carga") y la estructura de hormigón y los muros de cerramiento de ladrillo visto en los bloques; otras características son la buena localización de las dotaciones comerciales, la escala urbana tradicional y compatible con la escala doméstica, las relaciones entre los conceptos espaciales y de mobiliario, la variedad tipológica y ambiental, la ausencia de foco central perceptible y la diversidad formal ausente de monotonía, así como el fomento de cierto eclecticismo en la tradición española, sin debilidades pintorescas ni folklóricas, desde un pragmatismo sin concesiones y como previsión del tránsito al organicismo de las siguientes fases; y, por fin, el rico y múltiple repertorio tipológico (bloques en dúplex en solución de corredor o galería, diversidad de agrupaciones de unifamiliares en clave revisionista de la vivienda-patio con alusiones a los agregados miesianos (según Capitel, "…el racionalismo de la operación proyectual deja lugar para patios y calles en los que se aspira a trasladar un aire rural y tradicional y concretamente español").

La fase de madurez, por su parte, acepta las posiciones orgánicas, no tan ajenas en la anterior, en cuanto al sistema radial de los tipos de bloque (que permiten el ensayo de viviendas a dos frentes, luminosas e higiénicas, y la sabia conjunción de servicios en torno a la rótula central), la articulación del conjunto según sucesivos y desenfadados giros y un brillante expediente formal donde nada escapa al cuidadoso diseño y acabado de las partes (detalles, escala, aleros, bajantes, texturas de ladrillo, etc…).

La factura orgánico-brutalista se extrema en el adjunto colegio coetáneo, introvertido y claustral desde un bello hermetismo en imagen casi telúrica, resultado de una tectónica devenida de la superposición de masa horizontales estratificadas, con estratégicas bandas de luz corridas y manierista trazado de aristas con huecos de esquina, predominio del macizo sobre el vano y expresionista imaginería de bandas opacas sobre sombras arrojadas en fuga.

La apelación a la tradición remata el conjunto en el cierre cercado con taludes de revisionista porte neomudéjar.

Una reciente intervención interpreta con inteligencia y sensibilidad la readaptación normativa del conjunto (texturas y colores, torretas de ascensores exentas, filtros protectores antisolares en fachada, revestimientos, accesibilidad, etc…).

Se puede afirmar en consecuencia que Caño Roto es todavía el santo y seña de Carabanchel.