Puerta de Hierro

Se concibió como el elemento principal de cierre de la tapia levantada por orden del rey Fernando VI en 1751 en torno al "coto redondo" de caza de El Pardo según proyecto del ingeniero Francisco Nangle.

Consistente aquélla en un muro de mampostería de ochenta centímetros de espesor y 2,50 m.

de altura, era, con sus 100 km.

de longitud y en palabras de Manuel Valenzuela, "la mayor cerca venatoria jamás construida".

La Puerta de Hierro se alzaba con elegancia sobre el camino real de El Pardo que se iniciaba en la Puerta de San Vicente y, de todas las puertas y portillas madrileñas, fue la más singular y representativa, pues, aunque se encuadraba en el clasicismo barroco italo-francés, no responde al modelo de arco triunfal romano reproducido por el resto.

A Nangle le sucedió en la dirección de las obras el escultor Olivieri, y a éste, Francisco de Moradillo, profesor de arquitectura, aunque la fábrica de hierro que da nombre a la puerta tiene como autor a Francisco Barranco.

Realizada en granito y reservada la piedra caliza de Colmenar a los ornamentos, tuvo un coste de 100.000 reales de vellón.

La funcional composición, integrada por dos pilastras dórico-romanas estriadas que soportan un entablamento con metopas sobre el que a su vez se asienta un frontón adornado con relieves y coronado por el escudo y las armas reales en el vértice y las curiosas esculturas de dos esfinges en los ángulos laterales, enmarca un gran arco de medio punto con arquivolta cerrado por la bella verja en hierro de Barranco.

Dos contrafuertes laterales, que flanquean sendos lienzos de muro ornamentados con bajorrelieves de trofeos de guerra y caza, se rematan con jarrones y completan el elemento central del conjunto, al que se agregan de forma simétrica dos sencillos accesos laterales constituidos por verjas que se apoyan en otros dos pilares de idéntica conformación a los descritos.

Perdida su función original de acceso al monte de El Pardo, constituye hoy un hito aislado en el acceso viario a Madrid desde el noroeste, área convertida en un importante nudo de comunicaciones de la capital del que ha devenido víctima acosada por las implacables y sucesivas intervenciones abordadas en su torno, mudo testimonio en reposo de un mundo hoy desaparecido y sumergido en la vorágine de las infraestructuras del automóvil.